A diferencia de los comics en donde hay multitud de colores, situaciones y hasta universos que se descubren con cada tomo o entrega de las aventuras de nuestros personajes preferidos, los matices de la vida suelen llevar más bien tonalidades de gris.
Porque no importa de cuántas maneras se traten de contar las historias, ningún relato podría recrear las condiciones de las trincheras de la Primera Guerra Mundial, la agonía producto de la hambruna y enfermedad de una ciudad sitiada por un ejército enemigo o un gobierno brutal y opresor, que trata a los seres humanos como ganado y los pone a pelear los unos contra los otros.
Imposible sentir el pesar de una viuda que vio salir a su esposo, pero nunca lo vio regresar. Tampoco podríamos simular la agonía de un padre en tiempos de guerra, que debe enterrar a sus hijos. La tragedia de generaciones de jóvenes cuya vida se cortó de raíz. La inutilidad de esos sacrificios, que solamente sirvieron para engrandecer la carrera de algún general o político que dispuso, desde un escritorio a kilómetros del campo de batalla, que debían pelear hasta el final.
Pero de alguna forma los personajes y sus situaciones, los mundos nuevos y las pruebas que nuestros héroes o villanos favoritos les toca atravesar nos marcan, esa gente que no existió, ni existirá, nos dio una razón para seguir adelante, cuando en el mundo lo que imperaba era una apagada sobriedad, los comics nos pusieron a soñar, nos llevaron a lugares que no podíamos imaginar. Y ahora como adultos, nos rehusamos a dejar esos mundos y dimensiones dentro de las páginas, más bien al contrario los deseamos como un anhelo, como una necesidad de permitirle a nuestra imaginación volar lejos sin mirar atrás.
Su fuerza ha sido nuestra fuerza, verlos vencer sus demonios nos ayudó a vencer los nuestros. Sus pruebas y sus luchas las hicimos nuestras, lloramos sus pérdidas y también celebramos sus victorias.
Vivimos en una época compleja, marcada por una generación que no entendió los cambios que ocurrían a su alrededor. Nunca lo pensamos ni lo escogimos, pero sobre nuestras espaldas yace la gran responsabilidad de seguir contando historias, de seguir soñando.
Gracias a todos esos episodios que nos marcaron, tenemos la posibilidad de engendrar, no un mundo de soldados, sino de soñadores. Somos la generación que no envejece, ni deja de imaginar, mientas hayan historias que contar y mundos que visitar.
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