El pasado 13 de abril en Argentina, los amantes de la serie histórica “The Gilded Age” y los entusiastas de la historia y la moda tuvieron una cita donde el tiempo retrocedió hasta 1883. Buenos Aires se transformó en el escenario de una elegante celebración que podría haber sido sacada directamente de la serie de HBO “The Gilded Age”. El evento, organizado por Emeraldance, ofreció a los entusiastas de la serie la oportunidad de sumergirse en la opulencia de la “Edad Dorada”, una era caracterizada por el glamour y las tensiones sociales capturadas magistralmente en la aclamada serie creada por Julian Fellowes. C506 estuvo presente en el evento y compartiremos a continuación una breve crónica de lo que fue el evento:
Era una tarde lluviosa, donde las sombras del pasado danzaban con la luz del presente, y el Centro Asturiano de Buenos Aires, más precisamente en la Sala Alejandro Casona, se transformó en un escenario palpable de otra era. A las tres de la tarde, comenzó a tejerse un tapiz de ensueño bajo los opulentos candelabros y las molduras doradas de uno de los palacios más imponentes de la ciudad. Aquí, bajo la mirada atenta de la historia y el arte, se celebró un Baile de Época, organizado por Emeraldance, que no solo recreó la magnificencia de la Edad Dorada, sino que también honró a una heroína local: Grierson, la primera médica argentina y pionera de los derechos de la mujer.
Desde la puerta de entrada, la vista era un despliegue deslumbrante de faldas amplias, corsets ajustados y sombreros elegantemente adornados con plumas y flores. Los caballeros, por su parte, lucían sus mejores fracas y chalecos, evocando la figura de aristócratas de una época donde la etiqueta y el protocolo dictaban cada gesto y movimiento.
En la escalinata de mármol, bañada por la luz dorada del salón, los asistentes se detenían, ansiosos por capturar instantes de gracia y buen gusto en sus cámaras. Cada pose, un tributo al romance y la opulencia, grabado en la memoria colectiva de los asistentes.
La atmósfera estaba impregnada de una nostalgia elegante, un retorno a aquellos días de 1883, cuando Nueva York era el epicentro de una lucha social y económica entre la vieja aristocracia y los nuevos ricos del ferrocarril y la bolsa, un tema central en “The Gilded Age”.
Mientras los participantes se sumergían en esta recreación histórica, los bailarines de Emeraldance ofrecían un espectáculo que trascendía el mero entretenimiento. Era una narrativa viva, contada a través de danzas irlandesas que esbozaban la vida y el legado de florecientes naciones. Cada paso y cada giro parecían evocar la lucha y la pasión de sus habitantes, conectando el pasado con el presente mediante el arte de la danza.
A lo largo de la tarde, maestros de baile tomaban a los asistentes de la mano, guiándolos a través de valses y step dancing que alguna vez resonaron en los salones más exclusivos de la sociedad de finales del siglo XIX (y debajo de ella en el caso de los inmigrantes Irlandeses). Para aquellos cuyos pies nunca habían rozado un salón de baile, las instrucciones eran un puente hacia una época de elegancia y conversaciones susurradas bajo arañas de cristal.
El concurso de vestuario fue otro momento destacado, un desfile de creatividad y esplendor donde cada traje contaba su propia historia, cada tela y cada costura un homenaje a la minuciosidad y el detalle que la moda de la Edad Dorada exigía. Los ganadores, elegidos por su fidelidad y originalidad, fueron coronados como los aristócratas de la tarde, recibiendo el aplauso de una audiencia que comprendía el esfuerzo de mantener viva la historia a través de la tela y el hilo.
Esta tarde en Buenos Aires no fue solo un evento; fue un portal a un tiempo perdido, un homenaje a aquellos que marcaron el camino y cambiaron el curso de la historia. El Baile de Época, más que una celebración, fue un recordatorio de que, aunque los tiempos cambian, las historias de pasión, arte y rebelión siguen resonando a través de los siglos.
Al caer la noche, y mientras las últimas notas de un piano se desvanecían en el aire, los asistentes se dispersaron bajo el cielo estrellado de Buenos Aires, llevándose consigo un pedazo de historia, un fragmento de un pasado glorioso que, por unas horas, cobró vida en el corazón de la ciudad moderna.