Mi relación con la primer película de Aquaman es especial, ya que mi primer artículo en este sitio fue precisamente su reseña. Sin embargo, ahora que viene la secuela, tal vez lo que haya dicho entonces podría haber cambiado si la vuelvo a ver.
Como rey de la Atlantida, Arthur se da cuenta que no todo es ordenar y ser obedecido, además debe malabarear todas sus labores de rey, heroe, esposo, padre y demás. Black Manta, quien sigue consumido por el rencor, encuentra un tridente oscuro que tiene una fuerza que podría traer el fin de la tierra y del oceano. Es por esta extrema necesidad, que Arthur debe unir fuerzas con su hermano Orm, quien fue derrotado por él en la primer película, para evitar esta catástrofe.
La película toma una dinámica de pareja dispareja, con ambos hermanos siendo diametralmente distintos pero que conforme pasa la película aprenden uno del otro. Este estilo le da pie a las bromas que Jason Momoa ya se acostumbró a hacer en todos sus papeles, por lo que no se siente anticlimático.
Sin embargo, la película tiene muchos huecos de guión y ritmo tedioso en algunas partes que hacen que te aburras entre acción y acción. El Soundtrack está muy mal curado, con canciones que no te meten en la escena o que te transmita lo que pretende el director, cayendo en lugares muy comunes como “Born to be Wild”.
La película por si misma no puedo decir que sea mala, definitivamente es mejor que Flash, Blue Beetle y Shazam 2 juntas, pero al saberse que el universo de DC se iba a “reiniciar”, esta película ya solo podía verse como una más de un personaje que no se verá en mucho tiempo y ya no será Momoa quien lo interprete si es que lo volvemos a ver. El desgaste del cine de superheroes, los fracasos de DC, el caso Heard y varias cosas más actuaron en contra de esta película y terminamos viendola como algo que no emocionaba a nadie y que solo era una más de comics, convirtiendola en un colofon digno de esta oscura etapa de DC en la taquilla