Ha pasado un año. La ciudad de Detroit se cubre con el manto nocturno en silencio, un manto que embriaga el ambiente con vacío y melancolía. El silencio se rompe con las dolorosas notas de una guitarra eléctrica tocada por alguien oculto en las sombras.

Ha pasado un año. Un ave sobrevuela la ciudad confundiendo el color de su plumaje con el del cielo. Las calles tienen impregnado el aroma a muerte. Las memorias de los habitantes callan. Las luces apenas y brillan. El ave detiene su vuelo en el tejado de un edificio que ha visto una terrible tragedia y reposa junto a aquel dolido hombre que toca la guitarra. Se queda junto a él como si apreciara la pieza que toca.

Ha pasado un año. Las notas de la guitarra ahora suenan más intensas. El ave vuelve al cielo, surcando los aires al ritmo en que los dedos del hombre pisan las cuerdas, vigilando la sangre corrompida que corre en las venas de la ciudad.

Ha pasado un año. Las notas sostenidas cambian drásticamente a acordes violentos que a su vez evolucionan a un hábil tapping y a una distorsión de técnica sucia. El ave solo es testigo enmudecido, quizá consiente de lo que pasa, quizá indiferente, pero con una razón de ser y de estar ahí.

El hombre se deja llevar por los recuerdos y la emoción de tocar aquellas notas, se levanta enérgicamente y azota su guitarra contra el amplificador desatando una lluvia de chispas y sonidos que acuchillan los oídos.

El silencio y la melancolía vuelven. El ave emprende su solitario vuelo. Aquel hombre observa la ciudad con una mirada que demanda venganza, porque ha pasado un año desde que su vida y la de su amada Shelly acabaran antes de tiempo.

Sí, ha pasado un año y él lo recuerda como si solo hubiese pasado un minuto. Ha vuelto para saldar cuentas gracias a la ayuda de aquella ave que ahora navega en la noche de Detroit bajo la facha de un cuervo.

The Crow es una de las historias más oscuras que un espectador casual podría encontrar. Estandarte importantísimo de aquellos amantes de la cultura Dark y todas sus subdivisiones. Pocos son los que conocen las secuelas de la primera cinta, y son todavía menos aquellos que saben que este personaje apareció por primera vez en un comic de la autoría de James O’Barr. Si en algo coinciden ambas obras, por fortuna, es en respetar la esencia del protagonista.

La obra nos habla sobre una terrible celebración anual llamada “La noche del diablo” que ocurre una noche antes de Halloween. En una de aquellas noches, el músico Eric Draven y su novia Shelly Webster tienen una violenta e injusta muerte a manos de los matones de un criminal apodado Top Dollar. Justo un año después, en otra noche del diablo, Draven vuelve a la vida para vengarse de cada uno de los involucrados en su muerte y su resurrección se debe, como puntualicé al inicio de este escrito, a la ayuda de un cuervo que se convierte en su guía, protector y dador de fuerza.

Con una premisa tan deprimente y sombría uno puede irse dando a la idea del tipo de historia que se nos narra. Draven, bajo el mote de El Cuervo, vaga por las calles de una decadente Detroit con la idea de una visceral venganza tatuada en su mente. No habrá misericordia, no habrá represalias a los seres queridos de los culpables, no hay torturas o elaborados planes maquiavélicos para ejecutar, solo un ajuste de cuentas honorable, rápido y frío.

Draven es un hombre con un sentido de justicia y honor altísimos. Sabe que tiene una venganza que hacer y el tiempo que tiene para ello, y por supuesto, sabe que tiene una responsabilidad con el poder que se le ha confiado. Ya sea él o cualquiera de sus sucesores (Ashe Corven, Alex Corvis y Jimmy Crow) están enfocados en una justicia que en primera impresión podría parecer personal, pero que a la larga ayuda a mejorar las cosas en los lugares donde se encuentran, trayendo paz y la esperanza de que un nuevo amanecer se aproxima.

Las habilidades otorgadas por El Cuervo hacen que aquellos elegidos por esta fuerza se vuelvan literalmente imparables. Invulnerabilidad, inmortalidad, fuerza sobrehumana y esa inefable habilidad de “empatía” que brota cuando toca a alguien y puede sentir lo que esa persona siente.

El móvil de cualquiera que encarne a El Cuervo varía, por supuesto, pero todos tienen un par de elementos: la rabia que los posee por haber sido asesinados y el indescriptible dolor de no haber podido ayudar a un ser amado que tuvo el mismo desenlace que ellos prácticamente al mismo tiempo. Esa es la esencia del personaje: la pena encamina su objetivo.

Si usted no ha leído o visto cualquier historia de The Crow, debe tener en cuenta que no será algo fácil de digerir aunque, irónicamente, no es algo complejo. El contenido es gráfico, busca ser verosímil a pesar de la inverosimilitud, trata de que el espectador sea empático con el protagonista y entienda el porqué de sus acciones.

El Cuervo es un vigilante que se siente, es auténtico y único. Un personaje que brilla en la penumbra. Un personaje que no busca reconocimiento y que al final de su travesía, toda vez que haya cumplido su objetivo, volverá a la cripta con la tranquilidad que le da saber que un descanso en paz eterna le aguarda.

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